Tag Archives: Valores

18 años

 

En Metáfora sabemos que 18 años no son casi nada pero sentimos que han dado para mucho. Son casi 5500 días llenos de buenas ideas y proyectos compartidos. Más de 131000 horas de ilusiones y de alegrías responsables. 18 años no son casi nada pero han dado para mucho. Dan para recordar a quienes todavía están y a quienes se fueron. A las personas que confiaron en nuestro trabajo y se alegraron de nuestros éxitos y a quienes nos apoyaron en los tiempos difíciles. A todas y todos solo nos queda darles las gracias. Gracias por creer en los valores que nos han acompañado cada hora de cada día durante estos 18 años. Valores que forman parte de nosotras y que nos han diferenciado y han aportado a nuestras tareas un compromiso profundo con el amor por el trabajo bien hecho y la creatividad como faro que ilumina un camino. En Metáfora sabemos que darlo todo y quedarse con casi nada es tener mucho. Tener mucho de lo que se es, de eso que no se gasta nunca porque siempre se da generosamente, nos hace sentirnos orgullosos de estos 18 años, que efectivamente no son casi nada pero han dado para mucho. Por eso en Metáfora sabemos que ahora que nos damos un largo descanso para tomar distancia y festejar la vida y sus regalos es un buen momento para decir desde el corazón a todos y todas a tantas y tantos
GRACIAS.
Alfredo Jaso

Comentarios desactivados en 18 años

El miedo

En Metáfora sabemos que el miedo es algo que todas y todos sentimos diariamente. Todas las personas enfrentamos el miedo a perder, el miedo a no saber responder, el miedo a sufrir, a no saber buscar, miedo a no encontrar, miedo a decidir… pero también sabemos que no es lo mismo sentir miedo que actuar con cobardía. El miedo es en ocasiones dañino, pero sin embargo la cobardía es siempre despiadada. Se vuelve manipuladora y para protegerse no le importa abusar de quien es más débil. Ensucia verdades, levanta mentiras y se revuelve violenta en su afán de salvar el pellejo. Pero lo peor de la cobardía es que cubre las relaciones humanas con una triste pátina de hiel que emponzoña el día a día. Lo triste de la cobardía es que con gruesos brochazos pinta la realidad con un rancio barniz que narcotiza y pudre la compartida alegría de vivir. Lo irreparable de esa cobardía es que termina por convertirse en odio revenido para hacerse rencor contra quien piensa, siente o vive de manera diferente. Por eso es urgente no dejarse doblegar por ella y hacerse fuerte en la respuesta aferrándose a los valores éticos. Es necesario defender en la convivencia los derechos humanos para con la razón llena de razones y el corazón colmado de nobleza, construirnos cada mañana desde la valiente dignidad de personas libres. Ahora es justo y necesario hacerlo o si no la cobardía volverá a abrirle la puerta a la indiferencia y sin remedio tras ella se dará paso al terror.

En Metáfora no somos más valientes que nadie. También sentimos miedo y sufrimos la incertidumbre, pero no somos cobardes. Sabemos que somos más los y las que sin alardes de gallardía ni palabras gruesas, defendemos  la justa y armónica convivencia. Más lo que queremos escuchar y dialogar sin necesidad de imponer. Somos más los que sabemos de la utilidad de los puentes que acercan orillas. Más los que necesitamos la luz de la cultura para iluminar el pensamiento crítico y sus valores de progreso para liberarnos así de la grisura de la mediocridad. Todavía somos más los que nos movemos contra el discurso del odio y creemos en el amor sin miedo y rechazamos el machismo como modelo de una sociedad patriarcal. Por eso, porque somos más, debemos decir NO a sus palabras agresivas. NO al insulto. NO a sus propuestas políticas que agreden el diálogo y recortan derechos. NO a que se facilite su entrada en los gobiernos para asumir responsabilidades de manera torpe e irresponsable. NO a que puedan gobernar en contra de los derechos de muchas y muchos y para el beneficio de solo unos pocos. NO a sus creencias de mundo cerrado, plano y pequeño. NO a su CENSURA (que llegará). NO a ser participes con nuestro silencio de este acoso irracional e ideológico contra las libertades y los derechos humanos más básicos.

Sin embargo habrá quién diga SI a apoyar con su trabajo creativo el ideario político de gente con tan mezquinas propuestas y talante tan poco democrático. Sabemos que alguien habrá que al amparo del ejercicio de su profesionalidad sostendrá que hay que estar al servicio de quien paga sin hacer conjeturas ni preguntas. Habrá quienes en un ejercicio pragmático, se justificarán diciéndose que no trabajan para un ideario político si no para los ciudadanos. Para ellos y ellas la comprensión del miedo y la necesidad. Pero en Metáfora sin pretender dar lecciones. Respetando las decisiones ajenas y sus particulares condicionantes, desde la modestia, pero con la conciencia tranquila de nuestro compromiso, diremos NO a participar en sus concursos ni a escuchar las propuestas que demanden nuestra creatividad y que vengan de concejalías y consejerías dirigidas por quienes sostenidos por una ideología retrógrada, lanzan discursos reaccionarios y antidemocráticos que confrontan con el respeto y la convivencia. Quizá pueda parecer que lo que hacemos no es mucho, que son solo palabras y pequeños gestos. Pero no debemos de olvidar que somos más quienes  defendemos la justicia social, los derechos humanos y la fraternal convivencia. Por eso, porque con todas y todos somos más, sin miedo desde Metáfora diremos NO a poner nuestra creatividad en sus propuestas de trabajo, porque hacer contrario sería dejar morir la alegría lentamente y agonizar con el corazón lleno de dolor y la mirada rebosante de miedo y de vergüenza.

Foto: Ian Espinosa

Comentarios desactivados en El miedo

Tiempo al tiempo

Cuando con 21 años, empujado por mi padre, dejé a la carrera mi Vigo natal, me fui a vivir la bohemia pobre del barrio de las letras de Madrid. Allí en el parnasillo de la calle Sta. María 36, usaba brocha, asentador y para afeitarme tomaba entre los dedos una navaja Solingen que me había regalado me querido Rafael Escribano. Por esos días de hambre y paseo, de cuando en vez me paraba a ver la hora en un reloj de bolsillo que junto al farmacéutico Dobao, cambié a un emigrado de la URSS en la Cuesta de Moyano. No lo hacía solo por esnobismo. Mi intención era darle tiempo al tiempo. Afeitarse con navaja es un rito que requiere de calma, buen pulso y precisión si no quieres cortarte la cara o el cuello. Tenía una maquinilla Philphs que heredé de mi padre y un bonito reloj de pila suizo, pero yo andaba buscando tiempo. Y para afeitarse sin un rasguño o para tirar de la leontina y sacar el reloj del bolsillo, alzar la tapa, mirar la hora, cerrar la tapa y devolver el reloj a su bolsillo, había que pararse sin tenerle miedo al tiempo. Sin saberlo, en esos días descubrí que la calma se encuentra pausando el tiempo y que solo haciéndolo así, es posible penetrar en el meollo de la realidad y ver lo que está ahí y que la mayoría de la gente, no tiene tiempo de ver. Eso me resultó muy útil en mis ínfulas de escritor. Con esa mirada calmada y limpia, en cada esquina, en cada salón, en cada persona, encontraba latente una historia que contar. Pasado el tiempo, asumidas mis deficiencias literarias y digeridas las miserias de mi vanidad, esa pausa me ayudó también en lo que después sería mi actividad profesional. Esa que fue ganándole el sitio a la escritura literaria, para acercarme a la creativa comunicación de la publicidad. Sin embargo a medida que fui creciendo profesionalmente (hablamos de un provinciano nivel) y mi vida tomó velocidad, fui olvidando esa lucidez que me había dado la pausa del tiempo. Dejé de escuchar el trino de los pájaros, de llenarme la mirada con el azul del cielo y de percibir qué atravesaba el corazón de las personas que se cruzaban por el atrio de mis días. Llevado por el pulso acelerado de los horas, dejé de observar atentamente lo esencial de lo vivido, para concentrarme en las circunstancias de aquello que me rozaba la piel, sin profundizar hasta el corazón. Sin querer, dejé de tener ese segundo de tiempo vital y empecé a comprar minutos vacíos. Pero con el tiempo la prisa se hace pausa y con ella comprendemos que la realidad es sencilla pero prolija y que por eso, para indagar en su sencillez, es necesario tomar tiempo para tener en cuenta los detalles. Es necesario aprender a medir las palabras y así, usar entre las que conforman ideas y actos, las más valiosas y precisas. Comprender que existe una canción para cada momento, pero que hay una melodía para la vida. Que existe un color para ese atardecer y cientos de matices para cada día. Hay que aprender a darle al tiempo paciencia, pues conocer los por qué, los cuándo y el para quién, es un aprendizaje que lleva toda una vida. Porque es con el tiempo que aprendemos a quitarnos la vanidad de la importancia, para quedarnos desnudos y frágiles y poder comprender que poco importamos sin los demás. Por eso con el tiempo descubrimos a recrear viejas compañías, deshaciendo falsas amistades. Con el tiempo aprendemos a olvidar agravios y ofrecer disculpas, que es una manera humana de pedir perdón y es por el tiempo como aprendemos a pronunciar con el corazón la palabra más bella: GRACIAS. Por el tiempo vivido reconocemos que la inteligencia es solo una buena herramienta si la bondad y la nobleza no gobiernan la razón. Que la cultura es más que memoria y tradición y es también sentimiento nuevo y valiente mirada y que la aceptación y la paciencia no son sinónimos de resignación. Con el tiempo que aprendemos a decir te quiero a tiempo, sin miedo a perder, ni la vergüenza de ganar. Y es con el tiempo como sentimos que amar es un sueño generoso que se comparte para mejor comprendernos y comprender los días. Y es con el tiempo vivido como aceptamos que nada se debe de esperar por ello, más que el regalo de una sonrisa compartida. Y así, con el tiempo descubrimos que el amor no juzga, ni duele, ni ata. Que no merece propiedades, ni exige sacrificios, ni pide explicaciones porque es libre y esa libertad generosa debe de servirnos para amar la vida libremente. Y es con el paso de los días como sentimos que el antónimo de amor no es odio, si no miedo. Y aprendemos a no temer las derrotas y a compartir los éxitos, con idéntica humildad y serena compasión. Por eso te digo, no tengas prisa. Aprenderás a vivir, viviendo y comprenderás poco a poco, que solo lo conseguirás si desde el paciente amor a la vida, le das tiempo al tiempo.
AJV

Alfredo Jaso
Foto:Age Barros

Comentarios desactivados en Tiempo al tiempo

Heroes

 

 

Relajado tras la excitación de la entrega, su cuerpo está bañado en sudor. Se siente empapado en un mar de sensaciones encontradas. Sabe que ha dado todo de si mismo pero le vence la duda de si pudo hacerlo mejor. La satisfacción le inunda el corazón pero el cansancio le puede al deseo y una sensación de tristeza le baña el ánimo. Desnudo de cuerpo y alma se acerca a la ducha. Se queda un minuto sintiendo la caricia del agua caliente rozando su cuerpo. Por el desagüe se van las incertidumbres y sus miserias de hombre corriente. Cierra los ojos y aunque quisiera respirar profundo le asusta la libertad de  llenarse los pulmones de aire. A la oscuridad de sus ojos cerrados, se enfrenta el recuerdo clavado en el corazón de los ojos abiertos de Felisa. El miedo consentido de una mirada aceptando el adiós en soledad. Su mano fría implorando el roce de la despedida. La caricia cercana de un extraño que sabe que ya no puede hacer más por salvar su vida. Entonces, él baja la cabeza para que sus lágrimas se confundan con el agua caliente de la ducha. Llora como un niño, dejando que el hipo le atragante la angustia. Se viste lentamente, parece que le cuesta abandonar la UCI y dejar a los enfermos en manos de un destino contra el que no puede pelear. Sale a la calle un poco antes de las ocho. Sus colegas esperan a la entrada del hospital para devolver el reconocimiento de los aplausos. Es un momento emocionante que compensa el esfuerzo de 12 horas, pero no el abandono de años. Algunas compañeras lloran la emoción y la rabia. Otros, manteniendo la distancia, se buscan en los ojos y se abrazan con la mirada. Hace ocho años que trabaja en la UCI. Durante este tiempo siempre ha hecho su trabajo poniendo lo mejor de él mismo pese a que como ahora, no siempre los recursos fueron suficientes. Se despide con un animoso hasta mañana, sabiendo que solo un contagio podrá evitar que regrese a enfrentarse con la enfermedad. Vuelve a casa caminando. Sus pasos son pesados y lentos. En cada uno va dejando un recuerdo, una imagen y  un dolor que le aprieta el corazón. No puede tocarse la cara y deja que las lágrimas le corran por la cara. Como si la distancia le alejara del sufrimiento y se liberara de un peso insoportable, a medida que se aleja del hospital se siente más ligero y camina más deprisa. Paso a paso va dejando atrás la tristeza y comienza a pensar en las personas que han podido volver a respirar. Piensa en la emoción de su reencuentro con la vida. En su mirada sorprendida, como diciendo, estoy de vuelta. Aunque lleva ocho años dándolo todo, en este tiempo siente el calor de su agradecimiento como la energía que les impulsa a seguir dándolo todo. La gente aún celebra en los balcones. Piensa en si se acordarán de ellos cuando todo pase. Recuerda a sus padres, que llevan con la tienda cerrada dos meses y con el género echado a perder. En quienes tienen que seguir trabajando cada día pese al miedo y las dificultades. En los que queriendo, no tienen en qué trabajar y se agarran con miedo a un mañana como única vana esperanza. La gente canta queriendo creer que así espantan a un mal que a nadie respeta.  A veces, algunos le gritan o le escupen desde los balcones. Le amenazan por estar por la calle. Los primeros días enseñaba el pase del Hospital, pero ya ni siquiera se molesta. Un coche patrulla se acerca y se detiene a su lado. Ya le conocen. La agente le saluda con seriedad. Su compañero le explica que otra vez han recibido un reporte y le piden disculpas. Entre ellos hay una extraña camaradería fraterna, como la que sienten quienes están en la primera línea de batalla. Se despiden y cada uno sigue su camino. Al llegar a su casa se encuentra con la portera del edificio de enfrente recogiendo los cubos de basura y el vecino del tercero que está paseando a su perro Sultán. «Bona nit» le dice. «Moltes gràcies Jordi». No tiene muchas ganas de hablar y el médico responde asintiendo con la cabeza. Está deseando llegar a casa y volverse a duchar. Es como si todavía llevara pegado al cuerpo cada silencio de la UCI. Entra en el ascensor y con la llave aprieta el número ocho. Durante el tiempo que dura la subida mantiene la respiración. La puerta se abre. Su vivienda está justo enfrente del ascensor. Al salir se encuentra con dos folios pegados sobre la madera blindada de la puerta. El primero es de la comunidad, en él se le advierte de que por el bien de la salud de todos, se vaya a dormir a un hotel para sanitarios. El otro es un ofrecimiento de sus vecinos. Le dicen que si necesita algo, solo tiene que pedirlo y le dan la gracias por su trabajo. «Estamos orgullosos de tener en casa un héroe» es el final de la carta. Al salir de la ducha, le cae sobre el cuerpo todo el cansancio del día. Mientras preparada la cena piensa «Qué país de locos, unidos en el frente de la adversidad, y luego siempre un bando buscando el imponerse al contrario en lo sencillo y cotidiano». Está deseando llamar a casa. Montse está embarazada de 7 meses. Dos días antes de comenzar el confinamiento decidieron que lo mejor era que ella se fuera a Lleida a casa de su madre. Tiene que tomar fuerzas, no puede permitirse el lujo del alivió y la lágrima. Ni si tan siquiera el desahogo de la ira. Montse es una mujer alegre y tranquila. Hablar con ella es como un bálsamo entre tanta herida. Al final del día, tomando su cena fría, mira fijamente la televisión. La ve sin querer prestarle atención. Señores serios de corbata negra protestan doliéndose de España y sus muertos, como si hubieran perdido la memoria y ahora en ello les fuese la vida. El gesto preocupado de un ministro desarbolado que enfrenta sus errores ante lo inesperado, lo mejor que puede. La cara adusta de los que lo niegan todo para no ofrecer nada y los que ofreciendo casi nada, quieren sacar su rédito de todo. Datos y más datos que a él, que los enfrenta cada día, en la voz del periodista suenan fríos como su cena. Más allá, un debate tabernario donde todas y todos hablan al dictado como si tuvieran fáciles remedios, rápidas culpas, sencillas excusas y complejas soluciones y luego una gente encerrada en una isla que como en una distopía futura, lucha por sobrevivir. Jordí apaga la televisión y dice en voz alta «qué país complejo y maravilloso»… Piensa en Montse, en su sonrisa y en que ojalá su hija traiga su mismo ánimo, porque para lo que viene harán falta alegría, respeto, responsabilidad, honestidad y mucha generosidad para afrontar los tiempos difíciles. Tumbado sobre la cama, el sueño le va venciendo. De pronto en su duermevela, entre sus sueños atropellados, aparece la mirada de Felisa. Ahora es ella quien le roza la mano y sin saberlo explicar puede escuchar su voz como si estuviera a su lado. Él es una persona racional, sin embargo una liberación relaja el latido de su pecho al escuchar entre sueños como ella le dice: GRACIAS Héroe.

 

Alfredo Jaso

Foto: Daniel Squibb

Comentarios desactivados en Heroes

Un tipo del montón

El frágil vuelo de una voluta de humo delata su presencia en el balcón del cuarto piso. La pavesa del cigarro se enciende cada vez que una bocanada de humo llena sus pulmones. La ceniza, empujada por su dedo meñique, cae desde lo alto deshaciéndose en el aire. A la tercera bocanada como siempre le da la tos. Una tos ronca, seca, como de animal herido. Su pierna izquierda, en un movimiento nervioso y constante, no deja de moverse empujada por la punta de su pie. Estas horas de la tarde son las que peor lleva. Se le hacen eternas hasta que llegan las ocho y los balcones se llenan de gente. Por la mañana entre informarse de la actualidad con las «noticias del guasap», controlar las idas y venidas de los vecinos, mirar como barre la calle la portera del edificio de enfrente y la bulla de los avioncitos de los del tercero, se le va el tiempo. Luego llegan las risas de la hora del vermú virtual con los cuñados y enseguida la hora de comer. Una faria y un Fundador le abren el camino a la siesta. Una hora de reloj. Desde lo de los sellos no duerme bien. Aunque él no tuvo la culpa, le pesa en la conciencia haber dejado a toda ese gente que confió en él sin sus ahorros. Quizá por eso siempre se levanta de mal humor. Se atusa el pelo que le queda y se dirige al frigorífico. Allí se toma un vaso de agua helada, es su forma de quitarle las telarañas al sueño y la acedía a su mal humor. De la cocina se va al balcón. Enciende un pitillo y tose. Esa tos llama la atención de la niña del edificio de enfrente que juega con los aviones de colores. Él la saluda intentando ser amable, pero el gesto se le queda en una mueca tosca que la niña no comprende. «Hay que ver la que forman los vecinos con los avioncitos. Muchas palabras bonitas pero luego en cuanto suena el que «Viva España» se meten para dentro. Se conoce que a los especialitos les molesta que cante». Dolores, su mujer, que hasta ahora no le ha hecho mucho caso, le responde desde el salón «es que uno de ellos es catalán, como el médico del ático». Manuel asiente con la cabeza mientras el humo del cigarro se enreda entre su cabeza como oscureciendo sus ideas. «Menuda panda. Recuerdo cuando en este barrio vivía gente decente. Mira, ahí sale la loca de la mujer del vecino. Será boba, lleva una bolsa para disimular, pero ya es la cuarta vez que sale hoy. Parece que le molesta estar en casa. No me extraña que su marido luego se enfade con ella. Si es que va como ida, esa no está bien de la cabeza. Lola, tráeme el teléfono que la voy a grabar y luego se lo mandamos a tu cuñado a ver si le deja un recadito. Menuda panda de irresponsables. Cómo el médico del ático. ¿No podía irse a dormir a un hotel medicalizado? No, el héroe tiene que traernos los virus aquí y poner en riesgo la vida de todos. Ya he hablado con el presidente de la comunidad y hemos acordado poner un cartelito en la puerta de su casa recordándoselo, a ver si entra en razón.» Y llenando su pulmones con una puya de nicotina, parece que también se llena de razones en su injusta sinrazón. Mira su reloj. Ya queda poco para las ocho. La gente comienza a salir a los balcones. Los saludos van de un edificio a otro. Hay quien agita banderas. Los vecinos de abajo saludan a la niña que les muestra sus aviones de colores. Suena una canción que se ha convertido en un himno común de resistencia. Todas y todos aplauden. La emoción resuena en el aire como un aplauso común. Del edificio de enfrente unos jóvenes melenudos gritan «la sanidad no se vende, se defiende» y desde el balcón de enfrente hay gente que les abuchea. Él mira a Dolores y niega con la cabeza y les grita «perroflautas, que esto es una fiesta, no un mitin». De pronto, empieza a sonar la voz de coral de Manolo Escobar «Entre flores, fandanguillos y alegrías, nació mi España, la tierra del amor…» él canta con todo el fuelle que le dan sus precarios pulmones. Su voz se vuelve ronca por la falta de resuello y por la emoción. Los vecinos de abajo se meten en casa. Él les señala con su dedo índice y Dolores echándole un brazo por encima de los hombros, le dice «Manuel, no les hagas caso, son unos separatistas y van a lo suyo. No ves que son especialitos y artistas…», mientras con el brazo libre agita una banderola roja y gualda de la selección de fútbol. Aquella del campeonato de Sudáfrica. La sesión termina con otro aplauso por toda esa gente que lo está dando todo por nuestra salud. Cada día y sin poderlo evitar, Manuel se emociona y termina llorando. Se abraza a Dolores y luego todavía emocionados, llaman a su hija Carmen, que lleva tres años trabajando en Londres. Él solo saluda, pregunta por la salud y por si necesita dinero y enviando un beso se despide de ella. Sale al balcón y enciende un cigarro. Aspira cada calada como si supiera que pudiera ser la última y deja que con el humo se vayan sus pesadumbres. En la calle, el vecino pasea con su perro. «Mucho sacáis al perrito para lo pequeño que es…» y entre labios musita una palabra que a estas alturas afea más a quien la dice que a quien la recibe. El vecino le ignora, finge no escucharle y Manuel se siente más ofendido que si le hubiese devuelto el «insulto». Sin haberlo apurado hasta el final pone la colilla entre sus dedos corazón y pulgar y la lanza al vació. Al caer, el cigarro va dejando una estela de estrellas rojas que Manuel no ve. Después de la cena un poco de televisión y en el sofá, la pelea diaria de Dolores contra el sueño. Él también termina rendido hasta que la apnea le saca del duermevela. Vamos a la cama le dice a Dolores. Bajo las sábanas Manuel no puede dormir y da vueltas. Carmen, le oye y le pregunta «¿No duermes? Manu, déjalo ya. No le des más vueltas, tú no tuviste la culpa». Pero él no la escucha. Solo presta atención al leve silbido de sus pulmones. Está asustado, le duele el pecho y en la cama parece que le cuesta respirar. «A ver si ha sido el médico que nos ha traído el bicho hasta el bloque» piensa. El miedo es la llave que abre el camino de la sinrazón. Levanta muros infranqueables y derriba barreras para la razón. Donde entra la oscuridad del miedo se apaga la luz del respeto y la llama del amor a la vida. El miedo a Manuel le come el sueño y no le deja cerrar los ojos. Le asusta acabar en el hospital y ya no salir de allí.

 

Alfredo Jaso

Foto: Abhishek Koli

Comentarios desactivados en Un tipo del montón

Cultura

En Metáfora sabemos que les necesitamos para saber sentir y poder vivir y por eso ahora y como siempre, en Metáfora queremos estar cerca de las personas que trabajan el mundo de la CULTURA. Para ellas y ellos, con pocos recursos y en remoto, pero con todo nuestro respeto, con la colaboración y el trabajo desinteresado de excelentes profesionales, de corazón y con todo nuestro afecto, hemos querido hacerles este este sencillo homenaje que también es un llamamiento en voz alta para quienes deciden y gobiernan y para todas y todos nosotros, para que cuando salgamos a la calle, también les apoyemos y les tengamos presentes. En Metáfora sabemos que la CULTURA es lo que queda tras la mirada asombrada. Es el eco que resuena tras una pregunta que busca respuesta. Es el paso valiente dado en un camino jamás hollado. La CULTURA es la brújula de lo que somos, esa que nos ayuda a intentar comprender el mundo en que vivimos. Pero además de un universo brillante de creadores y artistas, la CULTURA es una industria formada por trabajadores y trabajadoras de diferentes ámbitos que en estos momentos, como todas y todos nosotros, también sufre, sola y desasistida, el embate de una pandemia que arrasa con vidas y proyectos. Por ellas y ellas y para siempre.
https://vimeo.com/407965076

 

BSO: latido de corazón
A ellas y ellos
artistas, creadores, creativas, gestores
trabajadores y trabajadoras de la cultura
por entregarnos ahora y siempre
vuestra creatividad, vuestro talento,
vuestro esfuerzo y vuestro trabajo
Desvanece texto y centrado en grande
GRACIAS.
Audio: Entra BSO (música)
«Porque late al ritmo de nuestro corazón
y está tan pegada a nuestra piel
a veces nos olvidamos de que la cultura
es la brújula de lo que somos
y que la necesitamos para saber sentir
y poder vivir…
Lo vemos estos días en los balcones.
Navegando por las redes sociales.
En las casas donde las personas leen, piensan,
escriben, recitan,
pintan,
bailan,
cantan
y se emocionan…
porque todo eso que necesitamos
como la brújula de lo que somos
que está en el aire que respiramos
rozándonos la piel,
tocándonos el corazón
ayudándonos a saber sentir y poder vivir,
eso que forma parte de todas y todos nosotros,
no lo olvidemos nunca
es nuestra CULTURA»
Alfredo Jaso
Foto: Luke Insoll
Comentarios desactivados en Cultura

Confinados

En su casa huele a tomillo y lavanda. Se escuchan viejas canciones y se oyen antiguas palabras. El tiempo parece detenido en un reloj que rompe el silencio cada sesenta minutos. Es el aviso de que el día se va doblando la esquina de las horas. Acurrucada en la cama aprovecha el calor de la noche entre las sábanas para estirar el descanso. Hace tiempo que no sueña, quizá porque sus días están llenos de recuerdos. Lleva ya rato despierta. Despacio, sin prisas, se pone en pie y se dirige al baño. La radio la acompaña mientras desayuna. No le hace mucho caso, especialmente a las noticias, le cansan tantas cifras y malas noticias hablando siempre de lo mismo, pero cuando suena una canción de su época, enseguida la tararea. Un café descafeinado con leche y una rebanada de pan con mantequilla y mermelada le dan fuerzas y alegría para empezar la jornada. Cada mañana temprano viene el panadero y le deja el pan en una bolsa, así tiene siempre pan fresco. El panadero es un buen muchacho. Luego retira un trapo que cubre la jaula de Pichí su canario, un timbrado español que salta de una barra a otra en cuanto ve que ella se le acerca. Lo trajo a casa Manuel, su marido, hace 8 años. A ella no le hizo mucha gracia, tenía siempre miedo a que se escapase. Así es el amor, decía Manuel, que necesita de barrotes para que no salga volando. Cuando él murió a ella le tocó limpiar su jaula cada mañana y descubrió que no hay que temerle a nada y que los barrotes no son buenos para nadie, tampoco para Pichí. A veces le gustaría dejarle volar, pero piensa en qué haría el pobre, solo, sin su alpiste y su pluma de calamar para afilar su pico. Ahora ella sabe como se siente Pichí. Encerrada en casa sin poder salir a dar su paseíto, ese que daba cada día, «atravesando el presente casi disculpándose por no estar ya más lejos». Sin poder tomar el café de media tarde con las amigas. Sin poder abrazar a su nieta. Se acuerda entonces de su padre que estuvo cinco años en la cárcel por las cosas de la guerra. Y así, después de perderse entre recuerdos, deja que el sueño le venza y en un duermevela llega la hora de la visita de su hija. Ella no vive lejos y cada cuatro días se acerca hasta el piso de su madre. Deja una bolsa con alimentos y con los guantes puestos toca el timbre. Al poco sale a la puerta. Las dos se quedan mirándose como con cara de sorpresa. Es raro. El cuerpo se les mueve como el de un cachorro que es incapaz de controlar sus impulsos ante una alegría breve e intensa. Se ríen y lloran a la vez. Disimuladamente se miran como escudriñando si ha habido algún cambio. Al poco se despiden y su vida queda detrás de esa puerta que se cierra con dos llaves y un cerrojo. Su mundo se ha ido haciendo pequeño. De la cama a la mesa, de la mesa a la silla, de la silla a la ventana, de la ventana al sillón y así hasta que el reloj suena dos veces y marca su hora de comer. Entre lo que no come porque no le sienta bien, lo que no prueba por si le sienta mal y su escasa pensión se ha acostumbrado a comer de forma muy frugal, eso si, siempre de postre una naranja. Recoge la cocina mientras escucha las noticias. Le conmueve el dolor ajeno y le emociona el esfuerzo de tantas y tantos trabajando por el bien de todas y todos. Aunque sabe que ella tiene el tiempo contado le preocupa el futuro que está porvenir. Su hija se ha quedado en paro y su hijo ha tenido que cerrar su pequeña comercio. Por eso le enfada tanto que los que más tienen no den la cara por los que tanto les han hecho ganar. Sinvergüenzas, dice en voz alta, mientras apaga la radio. La siesta no la perdona, es larga y de pijama y cuando se despierta se queda un buen rato bajo la colcha. Hace tiempo que no pone la calefacción por miedo a no poder pagarla, por eso se tapa bien y estando en casa nunca le sobra una rebequita para no pasar frío. Su hijo le dice que la ponga, pero ella responde que solo lo hará cuando ya no aguante más y su resistencia, a fuerza de años, nunca parece tener límite. Cuando se levanta de la siesta, se lava la cara como los gatos y se arregla un poco. Toma el teléfono y llama a su amiga Felisa. Lo hace todas las tardes para preguntar cómo ha llevado el día. Hoy no contesta y eso le preocupa. No quiere pensarlo mucho y por eso se convence de que seguramente, Feli, no hay escuchado su llamada. Cinco minutos antes de la hora se pasa un cepillo por el pelo, se pinta suavemente los labios, toma la jaula de Pichí y le dice, vamos al balcón, toda esa gente lo merece. Sale y le emociona sentir la unión que late en el corazón de las personas. Tira besos por el aire. En el balcón de enfrente está su hija y su nieta y el estirado de su yerno. El vecino del quinto se ha puesto a cantar y después todos aplauden, ella también lo hace. Luego recoge a Pichí, le pone un trapo por encima de su jaula y ella se sienta en el sillón del salón. Abre el álbum de fotos, las roza con la yema de sus dedos, dejando en cada una de ellas el peso del cariño.. Empieza la ronda de llamadas. Su hija, su hijo, su nieta y su nieto. Su cuñada Carmen y su sobrina Luisa. A todas les dice que está bien, que no se preocupen. Sin poderlo evitar, al colgar la última llamada, una lágrima recorre las arrugas que el tiempo y la vida le ha regalado. Felisa, no estaba en su balcón. Está asustada y aún queda mucho día.

AJV

Foto: Todd Cravens

 

Comentarios desactivados en Confinados

Ahora es el tiempo de mañana

Ahora es necesario mantener un aprendizaje positivo de lo que está sucediendo para poder afrontar lo que viene después de la pandemia, ese virus social y económico que desgraciadamente se llevará por delante tantas ilusiones y realidades. Sin embargo en nuestras manos está el conseguir que el resultado de todo este tiempo de reflexión, de acción contenida y de solidaridad plena sirva para una apartar hábitos, modos de trabajar y maneras de relacionarnos basados en el consumo irresponsable, la injusta precariedad, la prepotencia del poderoso, la arrogante ignorancia y la cómoda superficialidad y todas y todos juntos digamos NO a la fea enfermedad social, que sin querer darnos cuenta se estaba haciendo crónica entre nosotras y nosotros. Ojalá que este tiempo sirva para eso y no sea solo un paréntesis de dolor y miedo que traiga nuevos días de un atroz sálvese quien pueda. Es tiempo de reflexión y de acción. Es tiempo de solidaridad y de generosa FRATERNIDAD, de justa y necesaria IGUALDAD de oportunidades y de responsable LIBERTAD. Apoyémonos, ayudémonos, confiemos en la honestidad de las buenas personas, en su trabajo y en sus valores. Escuchemos a aquellas y aquellos que comparten su conocimiento sin pretender convencer y apartemos a quienes llevan tanto tiempo haciendo de su propio provecho dolor y sufrimiento de muchas y muchos. No volvamos a equivocarnos, no volvamos a permitirlo. En nuestras decisiones y nuestro corazón está que así sea. #AHORAESELTIEMPODEMAÑANA.

Es la hora de gobernantes pero también de los bancos y de tantas empresas patrióticas del Ibex35 que de manera ruin se llevan parte de sus beneficios a sus sociedades en paraísos fiscales. Ahora es su momento para destacarse de mostrarse como empresas y bancos con valores reales y no con una #RSE maquillada y de conveniencia. Todas y todos nosotros seguimos pagando nuestros impuestos, los servicios que usamos, incluso los que no podemos usar, haciendo un esfuerzo que pone en riesgo nuestros escasos recursos, mientras algunos siguen haciendo caja en nuestras dificultades. Por eso los que más tienen gracias a nosotras y nosotros, tienen la oportunidad de ponerse al lado de las personas y las empresas que ahora tanto les necesitan. Ahora no es tiempo de interesadas moratorias en las facturas, esas que permitirán a las multinacionales españolas seguir mejorando sus cuentas de beneficios a cuenta de la ruina futura. Cuando dentro de 5 meses sus clientes tampoco puedan pagarles. Ni de sacar pecho con créditos blandos y rentables avalados por el estado con los que seguir ganando dinero a costa de la necesidad de muchas y muchos. Ni de presumir de compromiso social cuando algunas empresas están doblando su producción o cobrando recibos mensuales o anuales. Es la hora de demostrar si creen en las personas y las empresas de este país, esas que tanto les han hecho ganar o si a los bancos y las empresas «patrióticas», las de las donaciones mediáticas e impuestos escondidos, las de cara bonita y corazón sucio, como ya pasó hace años, solo les interesa el trato mercantil, la suma de dividendos y ganar dinero con el dolor de la gente. Es la hora de pensar en las personas, la hora de esos que se dicen patriotas, es la hora de apoyar al país y a su gente. #Niunreciboentresmeses

Comentarios desactivados en Ahora es el tiempo de mañana

El pan nuestro de cada día

 

Sabemos diferenciar lo bueno de lo malo,incluso afinando aún más, lo bueno de lo excelente. Quien puede y a veces quien no debe permitírselo, está dispuesto a pagar más por el valor diferencial que propone un producto más caro cuando creemos que este aporta una aparente distinción o un pretendido prestigio. ¿Quién no ha escuchado alguna vez decir, son caros pero…? pero me pregunto ¿Esa calidad percibida y reconocida se paga en productos de uso diario? No hace mucho conocí a Miguel, un tipo comprometido que decidió darle una vuelta al negocio familiar. Apostó por apoyar a productores locales. Decidió hacer una selección de materia prima basada en la calidad. Desarrolló su trabajo pensado en minimizar la huella ecológica de su actividad y orientó su negocio conforme a sus valores de responsabilidad ética. Miguel daba el tiempo justo de maduración a su masa madre, elegía la mejor madera para el horneado de su pan. Cuidaba la presentación del producto e incluso desarrolló un plan de comunicación que destacaba esos valores, que junto a su competente manera de trabajar, él consideraba que hacían la diferencia con otras ofertas a la hora de comprar el pan nuestro de cada día.  De resulta de todo eso Miguel hacía un pan delicioso y sano pero necesariamente algo más caro. Miguel era un orgullo para el barrio. Salía en la prensa regional cada vez que se reconocía su mérito y su compromiso con un premio y su bonita panadería los fines de semanas tenía colas para comprar su producto. Cambié de ciudad y al volver de visita, 3 años después, vi cerrada la panadería de Miguel. La casualidad quiso que me lo encontrará en un parque cercano y al preguntar el por qué del cierre me dijo: «Al principio me iba bien, pero que al pasar el segundo año la mayoría volvió a comprar el pan en los supermercados donde lo regalaban como reclamo para otros productos, y en la nueva gasolinera, donde vendían una barra de masa congelada por 0,40 y a cualquier hora del día. Así me fui quedando sin clientela y solo con los más fieles no cubría gastos». Me dijo, «Yo no quería competir de esa manera. No quería bajar la calidad de mi producto y llegar a casa triste y malhumorado por claudicar y pervertir mi compromiso, pero al final, llegaba malhumorado y triste porque por mantener mis valores éticos al final de cada mes me costaba dinero hacer mi pan. Me di cuenta de que estaba trabajando para devolver lo que me prestó el banco por una ayuda, que en realidad a ellos nada les costó pues venía de unos fondos europeos de apoyo al emprendimiento. Soy de buena familia pero pobre y no estaba acostumbrado a deber de dinero. Estuve a punto de perder mi casa y mi salud, así que en dos meses y entre lágrimas cerré la panadería y volví al horno familiar. Entonces Miguel me miró y con gesto de preocupación me dijo: «has engordado y tienes mala cara ¿Algo va mal?» Le respondí, no duermo bien y ando con el estómago revuelto. Trabajo mucho, duermo poco y cada mes ganó menos, es el estrés y la responsabilidad, le dije. Entonces él tomó aire y con resignación y señalando hacia mi estómago sentenció… «no te engañes, es el pan del Carrefour»… y pensé, quizá nadie tenga respuestas pero todos y todas tenemos la responsabilidad.

Alfredo Jaso
Foto: Mae-Mu

Comentarios desactivados en El pan nuestro de cada día

Sosteniblidad y rentabilidad

 

Nos gusta decir pretenciosamente que nuestro tiempo presente es más complejo y confuso que otros tiempos pasados. Pero no vale la pena andar en comparaciones. Ni agarrarse a las circunstancias para justificar miserias y temores. Mas allá de volver la vista para reconocer la fortuna del camino andado, no es bueno mirar hacia atrás más y comparar el ahora de hoy con días pretéritos. Al fin y al cabo, como dicen las personas mayores cuando alguien fallece a la edad que sea, «uno siempre está en lo mejor de la vida». Es cierto que no tenemos otro tiempo que vivir que este que nos ha tocado. Cierto es que vivimos un tiempo en el que se confunden valor y precio y nada se aprecia si no sabemos lo que vale. Vivimos días que enfrentan el valor de los valores, con el valor de lo que vale y hoy como siempre, parece que lo que más vale es lo que mejor se vende. Por eso imagino la pregunta que cualquier persona emprendedora se hace ahora, tras más de 40 minutos escuchándome hablar sobre la necesidad de afianzar nuestra identidad y nuestra creatividad sobre el valor de unos valores. ¿La creatividad con valores es sostenible y es rentable?
Como se ha visto hoy, yo creo en el valor de las palabras. Creo que cada persona tiene su propio nombre y hay que llamarla por su nombre propio. Por eso me incomoda ese neolenguaje de palabras de vieja apariencia y novedoso significado que proponen el disfraz de la innovación y el cambio para que en el fondo aceptemos una cruda realidad. El ejemplo más palmario de esto es la más reciente en llegar: Resiliencia. Una manera atractiva de decirnos: «Aguanten. No se quejen. Resistan, asuman como inevitable lo que ven a su alrededor y continúen». Las palabras tienen valor por lo que significan y por eso hay que estar muy atentos porque cuando esas palabras nobles y bellas se manosean mucho y se hace con manos sucias, las palabras pierden su rigor y su brillo y terminan por usarse interesadamente. De entrada vayamos con la definición de otra de las palabras de moda:sostenibilidad. La sostenibilidad vendría a ser todo aquello que no necesita de nadie y se sostiene por si mismo para existir. Convengamos que el modelo de sostenibilidad que se nos propone, se desarrolla dentro de un sistema económico y productivo controlado. En él los medios de producción están en manos de muy pocos. Estos grupos de interés controlan y condicionan el consumo y la demanda y por tanto, todo eso que llamamos sostenible está en manos de quien de manera irresponsable nos ha llevado a la crítica situación medioambiental actual. Por lo tanto, hablamos de una sosteniblidad de «cara lavada» que mantiene el beneficio de unos pocos gracias al necesitado consumo de muchos. No obstante, aceptada la cautividad y dependencia a la que nos lleva este modelo insostenible de interesada sosteniblidad, convengamos que minimizar nuestra fea huella ecológica es conveniente y necesario. Pero volvamos a la pregunta ¿Existe la creatividad sostenible? Si mantenemos el mismo criterio y como sostenible definimos aquella creatividad que depende de si misma para subsistir, la respuesta claramente es no. En la mayoría de los casos esa creatividad queda a expensas del mercado y de quien la compra. Admitamos pues que en la precariedad a la que este sistema económico dejamos que nos lleve, en la que cada vez más se prima lo barato sobre lo bueno y bonito, no hay sostenibilidad, solo hay subsistencia dependiente envuelta en buenas intenciones creativas. Si la lectura la hacemos desde el punto de vista medioambiental, sería sostenible aquella creatividad que en su desarrollo minimiza el impacto de su huella ecológica. Si juntamos estas dos visiones y respondemos con una mirada global, yo sostengo la teoría de que cuando la creatividad se expresa a partir de unos valores, es siempre buena y bonita y además en sí misma sostenible. ¿A la pregunta de si la creatividad por valores es rentable? Os diré que siendo una persona que todavía mantiene sus inquietudes, pienso aún y de manera convencida, que todo lo que se hace desde el respeto, la responsabilidad y el amor, todo lo que se incardina en unos valores, es sostenible y rentable. Quizá no siempre en resultados tangibles pero para mi, lo es siempre en intangibles muy valiosos. Valores que crean otro tipo de riqueza que va más allá de lo meramente mercantil.

No obstante a esa persona emprendedora que tiene un proyecto creativo, a quien quiere ser artista gráfico o sencillamente a quien quiere vivir una vida plena y consciente, le diría que dedique su tiempo a vivir observando atentamente, que aprenda a escuchar con humildad, que dude y se pregunte quién es y quién está siendo, que intente comprender y comprenderse sin prejuicios y que comparta lo vivido y aprendido sin miedo y que con esas herramientas en su mente y sus manos, dedique su tiempo al desarrollo de buenas ideas que tengan profundidad y aspiren a mejorar el tiempo que viven y no tanto, en pensar en los frutos que obtendrá de ellas, porque quién piensa que el dinero todo lo hace, terminará haciendo cualquier cosa por dinero…y no me refiero a nada ilegal, que sea pecado o engorde…a veces por dinero se pierde un bien  cada vez más escaso y preciado:la dignidad. En una ocasión, un compañero ante mi negativa a hacer un sustancioso trabajo cuyo fin no me gustaba, me respondió que con la dignidad no se come…y tenía razón…con la dignidad no se come, de dignidad nos alimentamos para seguir en pie y no vivir de rodillas.

Comentarios desactivados en Sosteniblidad y rentabilidad