
La calidad de relaciones sociales y su entramado de convenciones culturales es el espacio donde se atenúan nuestras fricciones emocionales. Cuando una cultura no es capaz de crear y sostener este espacio-soporte, como un ámbito de desarrollo justo y solidario basado en la responsabilidad y el respeto, se genera una comunidad destructiva. Se crea así una comunidad donde la afirmación de uno implica la destrucción del otro, y cuya consecuencia es una unión en la desunión a partir de la cual triunfa solamente el más fuerte. Ese que suele ser el que mejor sabe utilizar cualquier tipo de violencia sobre los otros. Sin embargo la consecución del objetivo, la victoria sobre el otro, no mitiga el dolor del enfrentamiento, por el contrario, en las personas sensibles lo refuerza de tal manera, que genera desasosiego. Esa ansiosa desazón que es el desasosiego social, hace el caldo gordo que alimenta el desarrollo de la creencia religiosa, política, económica o sentimental como sustrato sobre el que se alza y empodera el imaginario identitario. Somos otros. Somos distintos. Somos lo que creemos ser.
El desasosiego se ha convertido en un estado de ánimo predominante en nuestras vidas cotidianas. Este indica la falta de sosiego, es decir de tranquilidad. Esta sensación extraña e inquietante de permanente fragilidad, peligro y sospecha son los pilares básicos sobre los que se asienta el miedo. En una sociedad habituada al temor, nace de manera natural el mal humor. El mal humor es la manifestación que produce esa apariencia de pelea constante, de enfado perenne, que en el fondo es la señal de un fracaso social permanente.
Nuestra cultura ha generado un imaginario social y simbólico donde el que no siente cumplidas sus ensoñaciones o satisfechos ciertos mandatos, tras un período de justificada pero inocua y malhumorada rebeldía, termina por sentirse fracasado y culpable de su situación. Encontrado el culpable, señalado este por el dedo acusador, debe resignarse a su situación. Por eso hoy la dominación se ejerce, fundamentalmente, imponiendo en la subjetividad, la resignada sensación de que nada puede ser cambiado. Si nada puede transformarse. Todo debe mantenerse inmóvil a riesgo de que pueda empeorar aún más. El resultado es vivir en un mundo asustado, donde la creencia postiza, como promesa de un tiempo mejor, le puede a la razón. Vivir un tiempo mal humorado, pero resignado, donde impera el sálvese quien pueda y en el que se apela al egoísmo de la falsa ilusión de singularidad como manera de esclavitud. Así, esa degradación de los valores éticos de fraternidad, igualdad y libertad, sin duda pretende el sometimiento desde el desasosiego, el mal humor, el desinterés y la apatía social.
Cabe entonces preguntar ¿Es posible acabar con el desasosiego y el mal humor? ¿Podemos enfrentar tanta tristeza inútil? Yo, rumiador de mis secretas tristezas. Que aprendí de mi padre que estar con más pena que gloria es más que nada un «malestar». Que la vida me ha enseñado que se empieza soportando lo malo y se acaba aguantando lo peor,procuro ofrecerle al profesional de la angustia y la desesperanza,al adalid del inmovilismo y el miedo, mi mejor sonrisa. Hay que tomar partido por la alegría.
Ser alegre aún si motivos. Alegre por el regalo de vivir. Alegre por la oportunidad ejercer libremente el derecho de regalarnos y compartir una sonrisa. La alegría permite el triunfo del principio lúdico del placer sobre el principio de una malhumorada falsa realidad. Pero alegría responsable no para negar la realidad, sino para poder enfrentarla y tentar la posibilidad de transformarla. Por eso la alegría responsable compartida es solidaria y peligrosa, porque la alegría es siempre y en su afán transformador, revolucionaria.
La alegría hace posible una actitud creativa, que permite mitigar las dificultades de la vida a partir de la predisposición al cambio. La alegría plantea la necesidad de construir un tiempo de sentimientos alegres que enfrente la ruina de las pasiones tristes. Alegría no por tontuna y simple emoción. Alegres de manera responsable y comprometida. Responsabilidad que reclama reflexión. Compromiso que exige respeto. La alegría vital propone un paso al frente del compromiso razonado, contra al desasosiego irracional. La alegría es una sonrisa generosa contra el mal humor intransigente. No debemos dejar que sentimientos negativos nos coman la alegría y nos llenen el ánimo de emociones contenidas. Aprende a mirar lo bueno y bello que nos rodea y que está también en nosotros. Aprendamos a compartir la sonrisa y dejemos de repartir desdichas y malas caras. Disfrutemos responsablemente del regalo de vivir. Del reto de la existencia como un hecho irrenunciable, como una manera permanente de aprender. Vivamos para transformar lo que nos rodea, para mejorar aquello que no sea justo. Neguemos el triunfo ruin de la oscuridad. La victoria de aquellos que quieren convencernos de que no hay otra salida más que la resignación. De los que con su mal humor neutralizan la opción del cambio.
No tengas miedo al cambio. Que no te asuste pedir lo justo, reclamar tu dignidad de persona. Hazlo todo con el corazón pero desde la inteligencia. Con serenidad, sin resquicios y desde la responsabilidad. Con contundencia pero sin rabia, sin ese mal orgullo que te convierte en alguien igual al que combates. Siendo tú, sin ser otro que no eres y sin necesidad de mostrar una coraza de desconfianza que no es del todo tuya y que por eso no te protegerá cuando más falta te haga. No te engañes, la creencia que defiende una verdad verdadera, que busca la derrota del otro. Aquello que busca el sufrimiento y la renuncia rara vez procuran satisfacciones. Ese «cielo» se gana con la fuerza de la justicia y la energía transformadora de la sonrisa.
Observa atentamente. Comprende sin prejuicio. Comparte generosamente y sonríe sin miedo. No pierdas el tiempo en discutir. En mirar atrás o pensar en el futuro. No hables, haz, porque cada acto, cada obra tuya hablará por sí sola y es una explicación de lo que quieres, de quien eres, y qué estás buscando. Utiliza la sonrisa compartida como revolucionaria herramienta de trabajo diario en la convivencia. Vive en la libertad responsable para tener la disposición férrea de defender y respetar la libertad propia y ajena y haz de la creatividad colaborativa vital instrumento transformador.
Alfredo Jaso