
Tengo absoluta confianza en que el mundo va a mejorar. Lo digo sin pretender construir un muro de vanos y buenos deseos desde el que esconderme de la realidad. Lo digo como lo siento, con una sonrisa. Pero lo digo también desde la sensata responsabilidad que propone ser consciente de mis propias decisiones. Al poner sobre el papel mi voluntad, no miro para otro lado. No me escabullo ante las injusticias para las que un solo ser humano no tiene remedio. Situaciones sobre las que una sociedad madura y responsable ha de actuar para ponerles definitivo fin. Pero tengo muy claro que si asumimos que la vida es un juego, no deberíamos darlo por perdido antes de haber tirado todas las cartas. Si nos jugamos la vida con una sonrisa, desde la responsabilidad, conviene jugarnosla muy en serio y entregarnos en cada envite, sin miedo a perder la jugada. Sin permitir que los que con cantos de sirena, aprovechan nuestra desesperanza en su beneficio o los que hacen de sus mentiras confortable red de embustes, nos arrebaten la posibilidad de sonreír y de vivir la vida muy en serio pero tomándonosla medio en broma. Así, si uno no cree en esa posibilidad de un mundo más justo para todos, si uno no juega sus bazas, inevitablemente, se descarta y pierde la partida.
No me olvido de que hemos dejado de ser esos animales asustados, que buscaban el cómodo amparo de la manada y nos hemos dejado convertir en uno más, de los miembros de un dócil rebaño que cree vivir libre e independiente, dentro de la confortable limitación del aprisco. No niego que hoy somos individuos interesadamente interesados, que piensan que solo aquello que les viene bien, está bien. Sujetos sujetados, que acodados en la atrevida ignorancia, hacemos del respeto y la responsabilidad, palabras en deteriorado desuso. Lo sé, eso estamos siendo y por eso, desde esa cómoda perspectiva, nos resulta más fácil pensar que lo que vemos en el momento presente, continuará indefinidamente. Por eso, sentimos que nada podemos a hacer y que nuestro esfuerzo resultará presuntuoso e inútil. Reconozco que yo también, por comodidad, he intentado unirme al clan del pesimismo. Tampoco me importa decir que en ocasiones me he dejado llevar por la indignación y he vociferado de manera airada, pretendiendo que por la potencia de mi voz o la fuerza de mi puño, en un acto de irracional heroísmo, el contrario cambiase. Pronto descubrí que en uno y otro caso, ni en la atadura del pesimismo o en la permanente y difusa indignación está la respuesta. En ambos casos, al final del camino, me encontré solo. Desde ambas miradas, la mente se acomoda y desde las dos posturas, se termina siempre justificando lo peor. Unos y otros nos prefieren ignorantes. Hombres y mujeres temerosos por la permanencia perpetua de las cosas, atados como Sísifo a un inevitable destino. Es lógico, una vida es un espacio de tiempo muy limitado y un ser humano corriente, un animal débil y preparado para sobrevivir en la permanencia pero desde el miedo, incapaz de transformar el mundo. Sin embargo, misteriosamente, como en un caos determinado, la vida cambia y el cambio se produce si hay reflexión, voluntad y acción de uno con muchos. Se trata de que la vida no nos cambie tanto y tan hacia la mansedumbre, como para que nos impida intentar al menos cambiar nuestra vida. Debemos permanecer en atenta observación ante lo que nos rodea, intentando comprender lo que sucede. La vida nos pide vivir sin prejuicios, para actuar de manera creativa sobre la realidad que vemos. Debemos decidir con responsabilidad y respeto para transformar lo que vivimos.
Cada día me encuentro con personas que, a pesar de la adversidad de los acontecimientos, me transmiten la alegría de vivir. Más allá del puñado de creyentes de una ortodoxia que condiciona y les convierte en activistas atados en ocasiones, a la ceguera de una ideología que contrapone, quiero creer que hay miles de personas afines a las libres ideas de cambio. Personas de gestos comprometidos, honestos, generosos y sencillos, que actúan sobre su propia vida, para cambiar de raíz el mundo.
Veo que la mayoría de la gente se toma la vida en serio y la vive medio en broma. A mi me gusta hacerlo al revés, tomarla a broma y vivirla en serio. Un optimista no es necesariamente un risueño despistado, cantando tímidamente en la penumbra de nuestros tiempos. Mantener la alegría en la adversidad no es una simple necesidad romántica. Se basa en el hecho científico de que la historia de la humanidad no se sustenta solamente en la crueldad, sino también en la compasión, en la simpatía, en la bondad, en el valor y la acción noble, responsable y comprometida. Se basa en la acción de seres humanos libres, que no se mienten. Que no hablan en nombre de nadie, ni por boca de otros. Personas que con su ejemplo, nos dicen que es necesario actuar. Sonreír. Tomarse la vida a broma y vivirla muy en serio. Nosotros, tú y yo, también podemos ser libres. Nosotros decidimos. Aquello que prioricemos con respecto a nuestros valores y oriente nuestras decisiones, determinará nuestras vidas. Si solo vemos lo peor, si componemos nuestras horas con fríos minutos sin sentido, si convertimos nuestros en días en un triste almanaque detenido, hecho de miedos, pesimismo y resentimiento, se derrumbará nuestra capacidad de actuar. El futuro es una sucesión infinita de presentes, y vivir hoy, tal como creemos que debemos vivir, de manera creativa y en desafío total ante el pesimismo y el afán de revancha que nos rodea, es en si una gran victoria. Ahora, cada uno de nosotros, debe de decidir libremente, como quiere ver el mundo.
Alfredo Jaso