Sin alardes ni alharacas debo de reconocer que siempre me he considerado un buen profesional. Es bueno reconocer que en estos tiempos para alcanzar tal calificación no se requiere de mucho mérito, solamente acercarse a la tarea con la curiosidad de quien quiere descubrir, sorprenderse y luego poner amor a cada uno de los procesos que esa tarea nos obligue a emprender. Siempre me ha animado hacerlo todo con el objetivo de crecer como ser humano. Por eso si nos gusta lo que hacemos y nos mueve el afán de mejorar el resultado final con nuestra aportación, no parece complicado convertirse en un buen o una buena profesional. Desde esa perspectiva, cada nuevo proyecto nos enriquece sacando lo mejor de nosotras y nosotros, pero también nos exige el compromiso con el aprendizaje continuo. Durante muchos años, mi actividad profesional me ha obligado a acercarme y formarme de manera natural sobre diferentes materias y recursos para poder tratarlas del modo más adecuado y preciso. En ocasiones he tenido que leer infinidad de libros para poder entresacar una idea y en algunas otras, al avanzar en la lectura, he descubierto que en la materia a tratar el libro recomendado no aportaba gran cosa. Sin embargo, ni una sola vez he dudado que ese aprendizaje «inútil», a la larga le aportaría valor a mis trabajos. Como decía mi padre he sido siempre un aprendiz de casi todo, pero maestro en casi nada. Pero esa curiosidad por conocer, por aprender de todas y de todo, esa visión global de las tareas, apoyada en unos valores de responsabilidad y respeto ha ido forjando la persona y el profesional que soy. Nunca he necesitado una motivación extra para emprender mis tareas. Ni jamás me he planteado más objetivo que aprender y crecer como profesional y como persona al abordar cada nuevo trabajo. Tampoco me he preocupado por ir creando una marca personal. He sido siempre el que soy, intentando entregar en cada proyecto y en cada relación lo mejor que tenía con sinceridad y sin miedo, pero sin sentirme subido a una palestra desde la que mostrarme. He desarrollado, con mayor o menor fortuna, un camino profesional en el que no he tenido prisa y en el que mi único compromiso ha sido crecer en cada nueva propuesta como una buena persona para en cada tarea acometida intentar llegar a ser un buen profesional. Siempre he pensado que haciéndolo así es cómo se desarrolla una carrera profesional de éxito cuyo fin es, a partir de la excelencia, alcanzar puestos de responsabilidad y reconocimiento. Resulta evidente que para conseguir esos objetivos se necesita de un apoyo formativo que despierte la motivación y que promueva el compromiso con el logro de los mismos. Sin embargo resulta curioso que hoy en día pareciera que la gran mayoría de profesionales necesita de una continua motivación que ayude e impulse en el planteamiento de unos hitos a alcanzar. Hitos que como cimas a hollar se convierten en desafíos y objetivos profesionales. En estos tiempos es la consecución de esos objetivos y no el resultado de la huella de nuestro paso, lo que afianza y consolida nuestra marca personal. Sin embargo, la cruda realidad, indica que para ir ascendiendo hacia esa cima y conseguir cada uno de esos hitos, el mercado exige unas condiciones muy claras entre las que además obligarnos a ser tecnócratas de la especialización, pequeños soberanos de un coto cerrado de conocimiento, nos empuja a ser campeones y campeonas de la necesaria «Flexibilidad». Eso significa que tras varios cursos de motivación y autoconfianza. Tras plantear unos objetivos ambiciosos y plantar la huella de nuestra marca personal virtual, hemos de adelgazar nuestras expectativas y rebajar nuestros altos sueños para continuar el la liza y mantener esa línea ascendente. Esa «flexibilidad» es un duro golpe contra las ambiciones con las que hoy profesionales de nuestro sector alimentan su carrera. Afortunadamente les han enseñado que entonces, en esa bajada de justas pretensiones hacia el ascenso, deben de apoyarse en la barra de la resiliencia para poder levantarse tras el golpe a sus ilusiones y así seguir caminando como profesionales comprometidos pero también ya más precavidos, desconfiados, miedosos y flexibles. Yo que sé que ya no me queda mucho camino por recorrer, que no quiero ser flexible, ni me propongo reinventarme, ni deseo alcanzar más cimas que las que la vida ponga en mi camino, no puedo evitar pensar en esos y esas jóvenes profesionales tan preparados y motivados, emprendedores de lo suyo, flexibles y abnegados, maestros en algo insustancial y pequeños analfabetos de mucho de lo importante a los que el camino ha quitado tantas ilusiones y me digo: Que duro debe de ser llegar casi hasta el final para volver a estar como al principio. .
Alfredo Jaso
Foto:Joanna Kosinska