Con poco más de 18 años, y todas las tarde de un verano por delante, cometí el atrevimiento de leerme entero un Diccionario Ilustrado Vox. Pensaba ingenuamente que allí encontraría las herramientas necesarias para dedicarme con éxito a la literatura. Desconocía que entre sus livianas páginas descubriría algo más importante: el preciso significado de cada palabra. Su concreción a uno o varios usos y su capacidad para darle sentido a una narración. En Metáfora sabemos que una jerga profesional en ocasiones no tiene más fin que cerrar el conocimiento al ámbito estrecho de los iniciados. Un modo de comunicarse entre iguales, pero inaccesible para el que desconoce la profesión. Esto cada día resulta más evidente en este oficio de la comunicación y la publicidad. En nuestro día a día profesional triunfa cada vez más una jerga de diletantes petimetres, con la que pretendemos darle a nuestras simples tareas, un marchamo pseudo-internacional que no necesita. Esta impostura ridícula sustentada por el feble andamiaje de una jerga ficticia levantada sobre barbarismos, es con probabilidad el reflejo de cierta endeblez intelectual y de una clara desidia mental, sustentada sobre un bobo desdén hacía lo propio y común y que busca sin duda, una tonta sensación de exclusividad. Limitar un conocimiento tan sencillo a unos pocos, ya no tiene sentido. Es un gesto de inseguridad y desconfianza en la propia capacidad. Hoy, todo ha de estar abierto y compartido para que pueda llegar más lejos. Todo ha de estar orientado al usuario. Nuestras acciones deben de estar encaminadas a facilitar al receptor del mismo, la mejor comprensión de nuestro mensaje. «Hablar en raro», es vivir en un coto de señoritos publicitarios y comunicólogos de tres al cuarto. Manejarse con palabras ajenas que enmascaran su significado tras una pátina pobre que solo pretende darle un brillo fatuo a nuestras labores, es alejarse de la realidad, o peor aún, pretender subvertirla. Bien al neologismo que apoya el entendimiento de nuevos conceptos. Aplauso a las palabras que se crean para enriquecer la comunicación. Pero cinco segundos de silencio para pensar antes de pronunciar muchos de nuestros términos profesionales o si en el uso que hacemos de nuestro idioma, no están de más o simplemente suenan pretenciosos en una actividad de por si y a menudo, bastante pretenciosa. Si queremos llegar lejos, pensemos de manera directa y sencilla. Hablemos claro y con la precisión de nuestras palabras y comuniquemos bien para que a todos llegue la fuerza de nuestro mensaje. En la RAE se han dado cuenta de ello y así nos lo recuerdan.
Alfredo Jaso