Allá por los comienzos del siglo XX y en su exégesis del mundo moderno, Filippo Tommaso Marinetti, padre del movimiento futurista, elevaba un canto al imperio de la tecnología, la exaltación maquinista y el culto al progreso técnico como culmen liberador de un modelo de sociedad creado por el orden capitalista. Más allá de algún alarde artístico de vocación rupturista, tras su manifiesto pseudo-anarquista y de estética radical, Marinetti planteaba la pretenciosa fundación de un nuevo mundo para un hombre nuevo. Su doctrina, anhelaba alcanzar el enajenado sueño, de una sociedad en apariencia dirigida por máquinas eficientes, llamadas a tutelar las humanas voluntades con la superficial velocidad de la infalible inteligencia artificial. Esta libertaria invocación a la robotización de la sociedad, pronto cayó en manos de un ideario totalitario. Tras la aviesa pretensión del advenimiento de un nuevo orden tutelado por una élite, se pretendía sacar a la «masa amorfa» de su ignorancia, aleccionando a una «mediocre sociedad de masas» con el mazo de la infoxicación propagandística y pseudo-publicitaria de un nacionalismo autocrático y excluyente. El futurismo maquinista y robotizado que soñaba Marinetti, hecho de utopía, libertad, belleza, arte y velocidad, sin embargo creció en el menosprecio hacia toda aquella manifestación creativa que recogiendo el acervo de los tiempos pasados, se alzara libre sobre el presente y aportara su visión como legado para los nuevos tiempos. Por considerarlo ejemplo de femenina debilidad, atacó toda aquella expresión que al nacer de un corazón vivo y libre, buscase la comprensión de las emociones y sus sentimientos. Por eso mismo se hizo fuerte en la supremacía de género, en la prevalencia viril y en el desprecio por la vida sosegada y más cercana a la naturaleza. Hizo suyos el ideal del culto a la guerra y la superioridad del pensamiento único, mediante la eliminación del diálogo crítico. En fin, en la oda futurista de Marinetti, la primitiva retórica artística revolucionaria de corte pseudo-anarquista, quedó ligada paradójicamente a un sentimiento conservador y totalitario, políticamente reaccionario, fascista, de cariz burgués y de fuerte carácter individualista.
Pero hoy, más de 100 años después, si observamos atentamente a nuestro alrededor, quizá debamos convenir que no estamos tan lejos de esos tiempos futuros que soñaba Marinetti. Hoy es desde el control del consumo y la opinión, a partir de la gestión del flujo y el análisis de los grandes datos informáticos como se escruta, moldea y condiciona nuestro criterio consumidor.
Es hoy, desde la generalización y el control de un entramado de Redes Sociales colmado de discursos de escueta simpleza, infantil ingenuidad, adolescente soberbia e interesada manipulación, como desde el artificio de un «neolenguaje», opaco y ambiguo, se construye una nueva realidad a menudo banal, levantada sobre opiniones sesgadas, poses fingidas y acalorados pareceres.
Es ya hoy, que por tan solo tener la opción de expresar una opinión y que esta pueda ser difundida masivamente entre seguidores, generando adhesiones entre iguales y discordia violenta entre los que piensan de manera distinta, que nos sentimos virtualmente libres y protagonistas. Sin pensar reflexivamente, ni importarnos si nuestras palabras aportan o suman, o si al contrario restan y separan o simplemente, sobran.
Es hoy, desde la digital infoxicación, el narcótico ruido sin sentido y el palabrerío mediático, que se nos mantiene enganchados a la liturgia del empacho informativo para entorpecer el sentido común, desorientar el poder de las ideas, y desbaratar la verdad hasta transustanciarla en falsedad y mentira complacida capaz de llenar papeletas y urnas.
Es ya hoy, desde un entramado de mercadeo publicitario y venta, basado en la administración de las experiencias como sublimación de las sensaciones, como se nos atrapa para mantenernos entretenidos, hipnotizados, sumisos consumidores, sujetos sujetados, en la tela de araña comercial de una deslumbrante realidad virtual.
Es hoy, desde que quien ha de decidir en ello, no fomenta el desarrollo del espíritu crítico en la programación educativa. Ni incentiva el afán de conocimiento humanístico y científico. Ni facilita la necesidad de compartirlo como vía para hacer crecer a seres humanos libres, como se mantiene bien abastecido de mano de obra cualificada, barata y bien domesticada el mercado laboral.
Es hoy y desde el apoyo al acelerado emprendimiento, fugaz panegírico a un tiempo de ilusionados compromisos, como se promueve el éxito de unos pocos para fomentar precarias promesas y baldías oportunidades tecnológicas y laborales para muchos.
Es ya hoy, desde quien controla la investigación científica, desarrollada con la interesada perspectiva de la rentabilidad y patrocinada por los grandes grupos empresariales se desarrollan intimidatorias armas para matar, se curan enfermedades o se condenan enfermos y se desmantelan equipos de trabajo para cerrar cauces de humana investigación.
Es hoy, desde esta nueva era de la robotización laboral y el automatismo doméstico, como se abaratan costes industriales, se aumentan los beneficios y al fin se gestionan el ansia de ocio sin tiempo y la soledad sin roce, ni cariño.
Es hoy, cuando desde los medios de comunicación de masas, nos presentan en deconstruidos platos de diseño y disueltos en un anodino caldo de insípido sabor a irresponsabilidad, los que son sabrosos y rotundos éticos valores humanos de fraternidad, igualdad y libertad, para así mejor tolerar nuestra indiferencia ante la indigestión de la injusticia.
Es hoy, desde la difusión y el apoyo a las creencias religiosas, políticas o sentimentales como se auspicia la soberbia de la soberanía izada como bandera de la diferencia, que alzada sobre la interesada independencia individual, se impone sobre el bien común, encontrando razones sin motivos para negar libertades y derechos.
O en fin, es ya desde toda esa patulea de gurús amantes de la notoriedad. De todologos opinadores, mercachifles de ruidosas frases y lisa simpleza. Expertos de la analgésica palabra digital. Hacedores del cambio con remedio y rima fácil para todo, que con viejos mensajes y aparentemente nuevas maneras, procuran recetas en charlas de no más de 5 minutos, cura para nuestro mal de adolescente irresponsabilidad social.
Y es así como hoy avanzamos, sonrientes y jubilosos, ingenuos, ignorantes, narcotizados, entretenidos, inconscientes y pasmados hacia un remedo virtual de aquella enajenada visión futurista de principios del siglo XX.
Es alcanzado ese cómodo oblomovismo social, conformista y conformado. Complaciente y complacido en el activismo perezoso. Hecho de gestos elocuentes y donación publicitaria. De filantropía de escaparate y solidaridad de dorsal y paso rápido. Como repantigados al fin ante la pantalla que nos mira, nos sentimos poderosos en el coliseo del banal me gusta. Compartiendo el bueno para mi y los míos en un alarde de significación etiquetada. En fin es así como dentro del establo digital y alimentados de barbitúricas experiencias virtuales, nos sentimos más libres que nunca, siendo como siempre, esclavos sometidos a una «democrática estupidez organizada», en la que todas y todos, como recua amansada, participamos bajo la atenta y controladora mirada de una élite que nos gobierna, tal y como soñó Marinetti, delegando el control en robots obedientes e infalibles y máquinas veloces con maneras de inteligencia.
Sin embargo, no se podrá negar que vivimos un tiempo de protección de los derechos y aumento de las libertades como nunca antes ha disfrutado la especie humana. Que avanzamos cada día en un innegable progreso de la técnica que permite una mejora de nuestras condiciones de vida. Que la ciencia con su imparable adelanto hace aumentar la esperanza de alargar nuestros días como nunca habíamos soñado. Que existen cauces de comunicación, generosos y útiles para compartir el conocimiento y ponerlo al servicio de quien quiera usarlo como jamás habíamos tenido. Sin duda, el progreso sometido al avance tecnológico, es ejercicio de respetuosa civilización cuando se justifica para el universal bien común. Tenemos el conocimiento, las herramientas para que así sea. Por eso, cada día se hace más evidente que la supervivencia de la humanidad no ha de ser, en el fondo, un problema de avances tecnológicos y su consumación técnica, sino de las concepciones de los valores y objetivos de los individuos y las comunidades en las que estos se incardinan. El advenimiento de una nueva conciencia, debe asentarse sobre los pilares de la fraternidad entre seres humanos y de estos con el planeta que habitamos y los seres vivos que en él nos acompañan. La igualdad de oportunidades en la diferencia y la diversidad para el desarrollo de personas y pueblos y el respeto por la libertad propia y ajena. Solo así, mediante la observación atenta, la comprensión sin prejuicios y el afán de compartir generosamente y sin miedo, podremos tomarle el pulso real a la vida, para sin interesados intermediarios virtuales, hacer de la sonrisa consciente y la alegría responsable, herramientas creativas para el cambio. Instrumentos técnicos y maneras tecnológicas que junto al avance científico y maquinista, han de facilitar nuestro progreso y crecimiento como seres humanos libres, creativos, responsables, y comprometidos.
Ernst Gombrich, refiriéndose a la percepción hacia las vanguardias escribió: “nunca podemos separar limpiamente lo que vemos de lo que sabemos…hay que aprender a ver porque la visión es engañosa”. La corriente vanguardista que proclamó una nueva era de mayor libertad. Que aspiraba a levantar de suelo a un ser humano no esclavizado y consciente para poder elegir. Que proponía la democratización del arte. Que glorificaba el gusto por la velocidad y la tecnología. Que veía en la máquina y el robot herramientas del cambio al servicio del hombre. Terminó aferrándose a un ideario totalitario y Filippo Tommaso Marinetti, el hombre que soñaba con que el dominio de la técnica nos haría libres, acabó convertido en vasallo de fascismo de Benito Mussolini…
Quizá esta revolución revelada de inteligencias artificiales, nos mantiene acorralados, hipnotizados entre fotos y mensajes y sin quererlo saber del todo, toleramos un postfascismo que nos gobierna, moldeando criterios, creando opiniones, generando necesidades y miedo, planteando censuras, eliminando derechos…quizá vivimos ya esos tiempos futuros de Marinetti, sin embargo en nuestra cerebro está el poder de generar sinapsis creativas para despertar del narcótico letargo. En nuestra mano tenemos las herramientas para hacerlo. Uno a una y sumadas todos, tenemos el poder para conseguirlo. Solo hace falta encontrar en nuestro corazón la voluntad creativa que nos empuje decididamente a hacerlo.
Alfredo Jaso
Foto:Jose Ignacio Garcia Zajaczkowsk