El mundo no es un basto territorio lleno de irresolubles problemas. No es una geografía vital lejana llena de peligrosos deseos, amargas responsabilidades, de asfixiantes apegos que nos acechan. El mundo es el ámbito en el que desarrollamos nuestras relaciones. Ese espacio en el que plasmamos nuestra capacidad para generar relaciones de calidad con nosotros mismos y con otrxs. El mundo eres tú. Tu lo construyes cada día. Levantas barreras o tiendes puentes. Superas retos o te rindes. El mundo es la imagen que tienes de ti. Si te tomas el interés de observar con atención para descubrir y comprender quién eres. Si atentamente observas tus reacciones ante distintas situaciones, sin juicio ni condena, haciendo de la comprensión un gesto generoso pero objetivo, podrás alzarte del suelo libremente. Podrás pasar de la inútil actividad a la fecunda acción. De la queja estéril a la sonrisa compartida. Serás capaz de transformar el mundo. Pero si como un maniquí adolescente mantienes caretas y uniformes, creencias e ideologías para aceptarte. Si como una máquina de repetición, tarareas conclusiones alojadas en la memoria, hechas de experiencias propias y ajenas, generadoras de prejuicios, verás como tu mundo se llena de tensiones, frustraciones y conflictos. Sentirás como una tristeza paralizante te arroja hacia el desánimo. Para evitarlo, lo fácil es buscar el refrendo de la autoridad. Una pauta que nos marque normas. Una creencia que soporte nuestras razones. Sin embargo ese autoritaria ortodoxia impide el conocimiento. Nos roba la objetividad. Nos viste el ego con ropas que nos agradan. Nos llena la mente con imágenes y prejuicios. Penaliza el ejercicio de la libertad y nos quita la oportunidad de ser quien somos, para complacernos en el que queremos ser. Ser observador de nuestra propia existencia no es algo tan complicado. Mostrar interés por nuestra propia vida no debería resultarnos tan difícil. Eso no significa ser egoísta, significa estar atento para comprender. Significa estar dispuesto para actuar sin miedo, libremente. Sin objetivos ni metas. Sin conclusiones. Sin conflicto, sin juicio ni condena. Pero implacablemente, observando con precisión de cirujano nuestras reacciones. Desnudarnos para ver quien somos, de manera inconsciente y natural, de forma objetiva y sencilla. Sin más pretensiones que la de ser, lo hacemos cada mañana. Sin embargo cada noche ejercemos de ejecutores de nuestra conciencia y en un infantil examen nos ponemos la nota según aquel que queremos ser. Pero no te engañes. Tú ya eres quien quieres ser. Tu eres el mundo. Somos el mundo. La realidad no existe si no que tú la construyes cada vez que tomas una decisión. Si te callas o te engañas. Si dimites de tu responsabilidad estás dejando pasar la ocasión para transformarlo. El mundo eres tú. Lo construyes cada día en cada gesto. Por eso observa, comprende, vive, comparte, disfruta, sonríe y olvida para escribir por ti y no por boca de otrxs. Vive, sé creativo y escribe tu nombre en tu mente y en tu corazón. Escribe en mayúsculas un nombre propio, y que resuene por las calles, en tus ideas y tus trabajos, tu propio nombre.
Alfredo Jaso