En Metáfora sabemos que si la palabra acaricia a las ideas con el tacto luminoso de la música, rápidamente la emoción se hace mensaje compartido. La voz y la palabra, la nota y el sonido ayudan a construir en silencio la identidad personal, esa que en la suma total de individuos, y en sus diferentes tonos, da voz a la cultura de los pueblos. Música y palabra, en binomio creativo, son capaces de fijar y profundizar en emociones que pertenecen ya a un acervo popular que todos reconocemos. Esta pareja de de voz y melodía, enriquece el proceso creativo y la eficacia del mensaje con su compleja sencillez. Entre estrofa y ritmo se esconden o brillan sin miedo ideas, sentimientos y propuestas.
La radio es el medio perfecto para desarrollar este reto. En Metáfora amamos la radio y por ello sabemos que las piezas publicitarias pensadas para este entorno han de ser un desafío a la creatividad. La radio es un arma poderosa capaz de convertir información en conocimiento. En este, como casi en ningún caso somos de los puristas, de esos que piensan que las propuestas publicitarias lastran los contenidos radiofónicos. La buena publicidad es aquella que se mimetiza con el medio y el formato, para ofrecer al oyente un mensaje potente. Esa es la que se agradece como información y juego de la inteligencia. En cambio, me entristece la mala publicidad, la que interrumpe e impide el discurrir fluido de los asuntos. La que chirría porque no se adapta al medio. La que se repite por miedo al fracaso y aparece forzada y sin fuerza. Los publicistas, salvo raras y honrosas excepciones, no aman la radio. Les atrae más el brillo del éxito rápido de otros medios. Olvidan que la radio no se ve, desperdiciando así la posibilidad de usar la imaginación para crear “un universo sonoro” como decía Deglanné. Piensan que la radio no se escucha y aplican fórmulas de compromiso sin adaptar sus propuestas a conceptos radiofónicos.
En Metáfora amamos la radio. Esa que es hilván de misterios y complicidades que nos comprometen en una nueva cita. La que nos invita a compartir conocimientos para hacerlos crecer. La que nos habla y me escucha. La que tiene anuncios que sorprenden y nos invitan a soñar. Esa que sueñan los más valientes profesionales de la radio. La radio que sirve para transformar la fealdad de los barrios, la tristura de los días y el tedio de los conformistas. La que acaba con el frío de los corazones cautivos de su propia miseria, la sinsorga de los pobres de ánimo, la monotonía de los que no sueñan, la apatía de los que se conforman y la oscuridad de los que no aman para vivir. Todavía hoy, junto a mí como cuando era niño, asomada a la noche, suena la radio, esa compañera valiente que ampara en cada sonido, en cada anuncio, en cada música, en cada palabra, la espuma fugaz de nuestros sueños.
Alfredo Jaso